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Editor: Neville Blanc

Sunday, September 30, 2012

la sátira a la religión y la libertad de expresión

El Mercurio Artes y Letras Santiago de Chile
domingo 30 de septiembre de 2012
Actualizado a las 11:48 hrs.


OPINIONES / La difusa línea entre humor y difamación:
¿Son compatibles la sátira a la religión y la libertad de expresión?

En una democracia constitucional, pareciera haber espacio para ambas expresiones, pero en la práctica viven más bien en permanente colisión. En Chile, una sátira a Jesús y su relación con los apóstoles en el programa humorístico de TV El Club de la Comedia dio espacio a una fuerte controversia. En el mundo, una película reciente sobre la figura de Mahoma, creada en Estados Unidos, ha motivado inusitada violencia en el mundo islámico. Hicimos a seis personas esta pregunta.

MAUREEN LENNON Z.


"Se puede hacer un paralelo con el trato dado a la homosexualidad"

Manfred Svensson, filósofo:

"Dado el tipo de bienes en juego en esta discusión, la controversia sobre los límites de la libertad de expresión en relación con la religión no debe extrañar. Pues quienes defienden una libertad que se puede extender hasta la burla tienen un punto significativo a su favor: si una sociedad pluralista va a ser un proyecto más interesante que el de una sociedad homogénea, implicará también cierto grado de confrontación entre las cosmovisiones que en ella conviven; y que una dosis de ironía se haga presente en tales controversias parece natural. Pero al otro lado hay un bien no menos significativo: para el creyente la religión suele ser uno de los elementos más significativos de su identidad, de modo que consolarlo con la distinción entre él y lo que él cree -"estoy atacando tus creencias, no a ti"- no contribuye a disminuir la sensación de agresión.

Para algunos puede entonces ser tentador el escenario de un acuerdo intermedio, por el que podemos disputar respecto de todo salvo respecto de religión: quedaría a salvo el núcleo sagrado, y también habría un pluralismo con suficiente espacio para la controversia. Pero tal solución es a mi parecer una agresión a la religión mucho más grave que la presente en la sátira. Pues la religión no se agota en una ceremonia de adoración, sino que -siendo una convicción respecto de aquello de lo cual todo depende- se extiende en sus consecuencias a todo. Un respeto a la religión que fuese a costa de su condición de configuradora de la existencia completa no sería en realidad respeto. Pero por lo mismo, excluir a la religión del campo de la crítica implicaría en cierto sentido excluir todo de la crítica. También ese camino es completamente indeseable.

Casi todo parece entonces depender del género, el tono y el lugar de las críticas. Un paralelo con el trato dado a la homosexualidad -que muchos también experimentan como definidora de su identidad- puede tal vez ayudarnos. Quien hoy hace un video satírico que denigre a personas con orientación homosexual se hace justo merecedor del oprobio. No cabe aquí abordar la medida en que a dicho oprobio moral convenga añadir sanciones legales, pero sí parece razonable que el mismo rechazo se extienda a quien se burla con un video de mal gusto sobre una creencia religiosa. Sobre ambos campos debemos poder discutir, pero dicha libertad debiera hoy ser defendida sobre todo con el llamado a la altura de miras y al cuidado del otro".

Filósofo, Universidad de los Andes.
La dignidad humana fija los límites

Samuel Fernández:

El choque entre la sátira religiosa y las violentas reacciones que ella ha suscitado no revela una oposición entre la libertad y la religión, sino el antagonismo entre una patología de la libertad y una patología de la religión (parafraseando al card. J. Ratzinger, en su diálogo con J. Habermas). La verdadera libertad está al servicio del pleno desarrollo humano, que no excluye su dimensión religiosa; y la verdadera religión libera al ser humano, porque lo libra de "otros dioses" que lo esclavizan. Pero tanto la libertad como la religión tienen el riesgo de deformarse.

La libertad humana no es absoluta, pues está situada entre otras libertades. Por ello es falsa la libertad que se invoca para matar, difamar y destruir. La libertad de expresión -un pilar necesario para la democracia- también puede transformarse en un arma contra la libertad, por ello reclama ciertos límites. Pero, ¿quién los señala? La autorregulación parece insuficiente, y no podemos permitir que la regulación venga por el miedo (sería premiar a los violentos y castigar a los pacíficos). La libertad de expresión tiene sus límites porque brota de la dignidad humana. Por ello, cuando la libertad daña a la persona, se autodestruye. Si bien la sátira no atenta contra la integridad física, a veces, puede atentar contra la dignidad de las personas, porque los bienes del hombre no se reducen a lo físico y material: también hay bienes intangibles que están en juego. Por eso resulta inaceptable la difamación. En este sentido, la sátira a la religión también puede atentar contra la dignidad humana, sobre todo cuando embiste contra los bienes espirituales en que una comunidad apoya su vida.

Por otra parte, también la religión tiene sus riesgos: cuando olvida la dignidad de la persona, se vuelve inhumana e irracional, y ya no es verdadera religión, sino fanatismo y arbitrariedad. Por ello, es necesario defender la razón en nombre de la fe.

El correcto ejercicio de la libertad de expresión no excluye la crítica, lo incómodo, lo doloroso o lo desestabilizador, lo que excluye es lo que atenta contra la persona y de la comunidad humana. Y cuando la sátira -sea contra quien sea- atenta contra la dignidad humana, se vuelve incompatible con la convivencia social. Pero no debemos rechazar la libertad por sus excesos, ni la religión por sus deformaciones, tampoco hay que optar entre la religión o la libertad, porque la verdadera libertad y la verdadera religión no se oponen, sino que se sustentan mutuamente.

Sacerdote, Facultad de Teología UC.
Dos modelos posibles

Patricio Zapata, abogado:

Comienzo señalando mi convicción en el sentido de que no existe incompatibilidad esencial entre el ejercicio legitimo de la libertad de expresión y el derecho que asiste a las personas que adhieren a una determinada fe religiosa, cualquiera sea, a no ser objeto, por causa de esa adscripción, a un trato hostil, difamatorio o degradante.

El hecho de que no exista incompatibilidad esencial no implica desconocer la tensión que se producirá cada vez que colisionen la pretensión, por una parte, de quienes quieren someter a crítica aguda, más o menos artística, más o menos humorística, a algún personaje o práctica de tipo religiosa, y el reclamo, por otro lado, del creyente que sienta que la caricatura o sátira constituyen descalificaciones agresivas.

El constitucionalismo reconoce esta área de conflicto. En cuanto a la solución, descartamos las soluciones fundamentalistas, ya sea las de sello integrista o laicicista. Ahora bien, y situados en el terreno de la búsqueda del equilibrio, los distintos sistemas constitucionales ofrecen distintas formas concretas de arbitrar o mediar esta tensión.

El modelo norteamericano, en su Primera Enmienda, plantea una respuesta en que la libertad de crítica pareciera ocupar una posición preferente ante las quejas de quien se siente simplemente ofendido. En efecto, y salvo el caso de aquellas expresiones que por su estructura semántica o por el contexto en que se pronuncian constituyan verdaderos casos de instigación directa a la violencia, la verdad es que en Estados Unidos casi cualquier discurso antirreligioso gozaría de protección constitucional. Aunque la misma Primera Enmienda, considera, también y al mismo nivel, un fuerte reconocimiento al fenómeno religioso y es, por lo mismo, la base de una jurisprudencia que le permite al Estado dar su apoyo a distintas religiones.

Existe, por otra parte, un modelo europeo. En este caso, y sin sacrificarse el derecho a la crítica abierta, existe una mayor preocupación por poner límites al discurso odioso que ataca a las personas por el hecho de adherir a una fe religiosa. Es muy probable que esa sensibilidad se explique por la experiencia histórica del viejo continente. En la actualidad, parece ser, además, la aproximación que mejor se hace cargo de las dificultades que plantea el fenómeno de la convivencia y dialogo, en un mundo cada vez más secularizado, entre cristianos y musulmanes.

Abogado, Universidad de Las Américas.
Occidente ofende bajo una consigna

Sheij Ghassan Abdallah:

"Frente a la lógica de la continua ofensa hacia la persona del profeta Muhammad (s.a.w.) y el Sagrado Corán, con todo lo que representan en la conciencia islámica en cuanto a pureza y santidad, me pregunto: ¿Por qué Occidente adopta la lógica de la ofensa a nuestros asuntos sagrados y figuras religiosas bajo la consigna de "la libertad de expresión"? Esto con la plena fe que tenemos en la libertad de crítica objetiva y razonable, que es en la que se basan la ciencia de la lógica y los principios reconocidos ante la discrepancia, a la vez que se distancia de los métodos de la diatriba hiriente.

¿Acaso es que la libertad de expresión justifica la ofensa y el hecho de pronunciar palabras insultantes, injurias y calumnias contra quien fue una de las figuras con mayor influencia en la marcha de la historia, tal como lo testimonian muchos orientalistas?

Por otro lado, ante las recurrentes exhortaciones a la condescendencia, nosotros no necesitamos de un gran esfuerzo para demostrar la profundidad de ese valor en la conciencia de los musulmanes. La exhortación a la tolerancia ocupa un amplio margen en el contenido del discurso islámico a través de numerosos textos que hacen hincapié en la necesidad de que el musulmán viva la moral de la condescendencia y el perdón y no se deje llevar por los impulsos de ira y de emoción, que profundizan la ruptura y que, tras ello, la verdad se pierda en el laberinto de la controversia.

Dios, exaltado sea, quiere que la buena palabra se abra camino en este medio enardecido a través del vocabulario agradable, la mirada serena y la sonrisa cordial que ingresa en el corazón y estimula en él todas las expresiones de humanidad, puesto que en el buen carácter hay hechizo. La paciencia involucra un significado que va más allá del embate de la venganza, las represalias y el hecho de enfrentar el mal con el mal mismo, lo cual hace imposible aplacar la ira y avergonzarse de la jactancia. No obstante, nos preguntamos: ¿Acaso Occidente brinda la opción de poder olvidar esos recuerdos agobiantes que se encuentran envueltos con los dolores de la historia, "historia triste llena de odio, dominación y contienda", tal como la describió Su Santidad el ya fallecido Papa? ¿O es que en realidad pretende que la misma permanezca prisionera de los eventos para sentirse abrumada ante el imperio del poder y el esplendor para así fomentar una tendencia superior y arrogante que se disponga como autoridad absoluta y sin considerar a las personas como entidades independientes con objetivos y el derecho a la libertad, la soberanía y la autodeterminación?".

Teólogo musulmán
Centro de Cultura Islámica-Las Condes

"La religión auténtica humaniza"

Antonio Bentué, teólogo:

"Todo ejercicio de libertad supone la conciencia del sentido convincente de algo que motiva su libre expresión. Se trata de un acto humano no regido por el mero mecanismo instintivo de estímulo-respuesta. De ahí que el uso de una libertad de expresión por las ganas de reírse a costa de la dignidad de otro, me parece moralmente indebido, aunque a la jurisdicción legal no le corresponda juzgar a ese nivel la acción humana, pues 'de internis -de la conciencia- nemo iudicat'. Además, la socialización de la libertad individual tiene condicionamientos 'éticos' distintos según la sociedad en que vive cada individuo, que lo lleva a discernir de forma distinta lo legítimo y lo ilegítimo. Quedando, pues, a la 'conciencia' de cada uno el juicio moral de si algo es bueno o malo.

Pero hay personas que sienten afectada su dignidad, identificada con sus valores socio-religiosos, por determinado ejercicio de libertad de expresión. Y ello es bueno y legítimo. Sin embargo, pienso que no puede serlo el justificar como un derecho a la venganza o a la incitación a ella la ausencia de 'moralidad' de parte de alguien que se ría públicamente de los valores religiosos de un grupo determinado. La incitación a la violencia, o su ejercicio, es un acto también inmoral, agravado incluso al declararse como motivado por la conciencia religiosa, en virtud de la cual precisamente uno esperaría mayor sensatez que la provocada por la eventual inconciencia de quien hizo la ofensa. Pues lo más propio de la religión radica en la conciencia, que permite tomar distancia de los impulsos instintivos regidos por la tendencia a imponerse al otro por la fuerza selvática.

La religión auténtica humaniza, al motivar al hombre a que supere el instinto selvático de odio o venganza. En ese nivel de conciencia coinciden todas las grandes religiones: Ghandi evidenció personalmente lo que significa, para el hinduismo, el Absoluto de la Misericordia; Buda es denominado también el 'misericordioso'; para el judaísmo, Dios es ante todo 'Hesed', es decir 'misericordia', por eso el fiel judío es el 'hasid' (misericordioso); igualmente lo explicitó el cristianismo y el libro sagrado del Islam. La religión sitúa, así, todo juicio ético 'en relación' al Absoluto de la Misericordia. De ahí que toda auténtica conciencia religiosa experimenta pena, más que odio o venganza, ante la inconciencia de quien pueda burlarse de lo que, en conciencia, otros consideran sagrado".

Teólogo, Universidad Católica.
"La impiedad no cuenta"

Antonio Bascuñán Rodríguez, abogado:

"El respeto que se deba a lo sagrado es un problema para la modernidad, porque ésta no se define tanto como una ruptura con la cultura de lo sagrado que la precede, sino como una apropiación secularizada de los contenidos de esa cultura. Dicho en términos paradójicos, lo que una vez fue sagrado sólo puede seguir siéndolo desacralizadamente. Por ejemplo, el primer principio de la moralidad política moderna, el que todas las personas debemos reconocernos como iguales en dignidad, puede entenderse como un desempeño secularizado del misterio de la encarnación; pero precisamente por eso es que ya no puede pretender justificarse válidamente en ese misterio.

Esta desacralización constitutiva de la moralidad política moderna no es simplemente una desvinculación de relatos míticos y autoridades sacramentales o proféticas. Es un rechazo categórico de la pretensión de imponer simbólica y coercitivamente una concepción omnicomprensiva del sentido de la vida y de la muerte. Por eso, las prohibiciones o imperativos que protegen lo sagrado-desacralizado no pueden implicar simbólica ni coercitivamente la afirmación de una religión. Esa es la condición impuesta por la idea de la tolerancia.

La sátira es impía. Por eso duele tanto al sentimiento religioso. Pero precisamente por eso, porque la piedad es un reconocimiento sacralizado de lo sagrado, es que la impiedad no puede estar prohibida por la moral política de la modernidad. La negación pública de la validez de una religión está protegida por la libertad de expresión. La impiedad simplemente añade efectividad a esa negación. Y la libertad de expresión no exige de cada uno un cuidado milimétrico de los sentimientos del otro, sino todo lo contrario: lo que exige es capacidad de soportar el roce.

Ciertamente, puede concebirse contextos en que un acto impío tenga además el sentido de denigración de personas, lo que es inaceptable. Pero eso es contingente. Pretender que toda impiedad es por definición una denigración personal es una manera aparentemente moderna de retroceder culturalmente 500 años. Quizás las sociedades superficialmente modernas puedan dejarse engañar por esa apariencia; una conciencia auténticamente moderna, no".

Abogado, Universidad Adolfo Ibáñez.

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