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Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

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Editor: Neville Blanc

Sunday, December 20, 2009

PATRICIA ARANCIBIA, COMO SIEMPRE UN APORTE INTELECTUAL


Fotomontaje de Federico Santa María (sentado), y Pedro León Gallo.


Pedro León Gallo: Minería y Política"
Sergio Villalobos, Fundación Tierra Amarilla, 2009.
160 pp.


"Federico Santa María. Azar y destino de una fortuna porteña"
Patricia Arancibia Clavel
Fundación Enrique Costabal
Editorial Biblioteca Americana
230 pp




Publicaciones
Dos perfiles de emprendedores



Pedro León Gallo y Federico Santa María: Fortunas pioneras



Nuevas publicaciones exploran las vidas de dos grandes emprendedores. Gallo, propietario de minas y del promisorio ferrocarril de Caldera a Copiapó, y Federico Santa María, gran excéntrico, misántropo y benefactor, y gestor de la primera fortuna internacional amasada por un chileno.



El Mercurio Artes y Letras domingo 20 de diciembre de 2009



Cristián Barros
La creación de riqueza en el siglo XIX correspondió a un perfil de hombres que hoy nos parecería inédito. Auténticos pioneros, hombres como Urmeneta o Cousiño no despreciaban el trabajo manual directo, partían con escaso o ningún capital familiar, y se aventuraban en arduas actividades como la minería o el comercio marítimo. Estos nuevos ricos, atraídos por el resplandor de los yacimientos de Arqueros (1825) o Chañarcillo (1832), y luego el salitre y el carbón, constituyeron un elemento dinámico en la incipiente industrialización chilena, y adhirieron a corrientes políticas progresistas. Cuando Vicuña Mackenna publicó su célebre lista de las primeras fortunas chilenas en 1882, algo, sin embargo, había cambiado en la fisonomía de la prosperidad. La riqueza se había especializado y se movía de la producción industrial, generalmente minera, a la banca y las finanzas.
Tal evolución puede apreciarse en una escala exclusivamente biográfica. Federico Santa María (1845-1925), quien llegase a ser el mayor monopolista bursátil en el mercado europeo del azúcar, había empezado como lanchonero en Valparaíso y Tarapacá, para después derivar en el negocio del nitrato. Miembro de la burguesía de Valparaíso, emporio dominado por las familias Edwards, Ross y Lyon, con las cuales está vinculado por amistad o familia, Santa María pertenece por derecho propio a esta floreciente clase de emprendedores. Autodidacta poco convencional, anticlerical y antimilitarista, Santa María poseía un carácter introvertido y a menudo áspero. Muy pocos accedían a su intimidad, pero quienes lo hacían, como el escritor Blest Gana, caracterizaban al financista de manera algo más benigna. Su correspondencia privada lo muestra especialmente interesado en el desarrollo de las ciencias y la industria en Chile, aunque los políticos locales le inspirasen un sostenido escepticismo, juzgándolos venales o demagógicos. Personalidad compleja, tras triunfar en Chile se establece en París, donde persevera en una carrera de agiotista y especulador, cuestión que, pese a la legalidad de todas sus emprendimientos, lleva su nombre hasta el Parlamento de Francia.
Pedro León Gallo
Otro tanto acontece con Pedro León Gallo (1830-1877), una generación anterior a Santa María, y quien encarnó por mucho tiempo el liberalismo revolucionario en Chile. El historiador Sergio Villalobos en su obra "Pero León Gallo: Minería y Política", ha dado a imprenta una meticulosa semblanza de Gallo, en quien confluyen las calidades de político y empresario. Propietario de minas y del promisorio ferrocarril de Caldera a Copiapó, Gallo representaba hacia el 1850 un tipo de riqueza de rápido crecimiento, diferente del tipo de acumulación que generaban las tareas agropecuarias, lentas y patriarcales, simbólicamente más prestigiosas. Sin duda, esto influyó en su posición política, la que se radicalizó tempranamente. Modelo generacional de los liberales rojos, Gallo fue un promotor de las revueltas contra Montt, las que adquirieron un relieve de cruda beligerancia hacia el final del período. Por supuesto, buena parte de la animadversión hacia Montt se originaba en la virtual nacionalización del ferrocarril, cuyo manejo un tanto improvisado amenazaba con truncar todo el proyecto.
Como otros de su edad y condición, el joven Pedro León Gallo debió sufrir el exilio durante el Decenio de Montt, administración que reproducía el estilo de gobierno del despotismo ilustrado. Rebelde ante tales anacronismos, Gallo no sólo dirigió parte de la sublevación armada contra Montt, sino que preparó el fermento ideológico que luego nutriría al radicalismo nacional. El libro de Villalobos es, en suma, un retrato puntual, exacto, pero a menudo concesivo. Se echa en falta un mayor análisis por parte del autor, quien es responsable de excelentes monografías sobre historia económica, en particular sobre la formación de la burguesía chilena. Existe el riesgo de ofrecer un relato monolítico, lo que impide realizar el salto de la historia individual a la colectiva. Aun así, el volumen rescata con nitidez y piedad un personaje soslayado por el saber común, y que reúne, de modo paradigmático, los rasgos del liberalismo más vehemente.
Herencia democrática
El libro de Sergio Villalobos, acierta en configurar la trayectoria vital de su biografiado, sobre todo como caudillo revolucionario y hombre político. De regreso al país gracias a la amnistía de 1863, Gallo se consagra entonces al trabajo de la Asamblea Radical de Copiapó, embrión del partido homónimo. Triunfador de la batalla de Los Loros, escaramuza librada contra el régimen de Montt, Gallo muere quince años después, por el deterioro progresivo de una herida infligida a la época del conflicto. Regidor, Diputado y Senador por las provincias del Norte, fue también elegido Intendente por Copiapó, esta vez mediante aclamación popular. En efecto, Gallo es un participante activo del "movimiento constituyente" que se formó a mediados de 1850, opinión que cobró cuerpo en el futuro Partido Radical.
El éxito de tal movimiento fue ceder protagonismo a nuevos sujetos históricos, como el artesanado y la clase media surgida al amparo del Estado, ambos catalizados en una febril burguesía minera y comercial. Con ellos empezaba en Chile una modernización que sólo se interrumpiría con las crisis económicas del cambio de siglo. La reforma constitucional, la educación laica, la descentralización administrativa y la probidad y transparencia del sufragio son, en gran medida, una repercusión del movimiento que encarnaba Gallo. Ideas con las que también comulgaba un empresario del estilo de Santa María, cuyo fondo espiritual ambos compartían plenamente.
Rey del azúcar
La vida de Santa María es el tema de una monografía de la historiadora Patricia Arancibia ("Azar y destino de una fortuna porteña"), quien explora los claroscuros de un gran excéntrico, a la vez misántropo y benefactor, y sin duda la primera fortuna internacional perteneciente a un chileno. Más que canonizar una figura de interés, la investigadora sondea las contradicciones de un carácter que es, asimismo, síntoma del ascenso de la burguesía chilena en el siglo XIX. Arancibia recrea con fidelidad y erudición los medios sociales y culturales que convergieron en la maduración de Santa María, y nos permite observar de cerca la trayectoria de un hombre de negocios durante la edad épica del capitalismo. Aunque tal vez exagere en representar a Santa María como "uno de los hombres más ricos del mundo", en una época dominada por millonarios como Carnegie o Rockefeller, sí acierta en señalar una nueva sicología de emprendedor, guiado por motivos seculares, positivos, científicos.
Contemporáneo de las fortunas sudamericanas del caucho, el estaño o la carne, Santa María se diferencia de ellos en más de un aspecto. Para empezar, trasciende las actividades del exportador primario, y elabora -postula Arancibia- un modelo de inversión típicamente moderno, a través del estudio estadístico del movimiento bursátil y aun estimaciones de laboratorio. También se distancia del comportamiento despilfarrador y ostentoso de los "magnates rastacueros", a quienes prefiere no frecuentar, y vive una existencia recluida, sobria, sin aspavientos. De hecho, descubrimos con Patricia Arancibia la fascinación de Santa María por Tolstoi y su utopía comunitaria, según él mismo consigna en una carta a Augusto Matte. Se nos revela así un espectador sensible de la realidad económica y social, para quien las altas finanzas terminan siendo un ejercicio abstracto, un juego en que cada nueva puja entrañaba un riesgo mayor, una gimnasia mental.
Constantes y contradicciones
"...He sido asceta, he conocido -confesaba Santa María a una de sus relaciones- los casinos de varios continentes, he dado la vuelta al mundo y me he metido en cada rincón donde hubiera un rebaño humano que estudiar." Jalones relevantes en su itinerario como inversionista fueron las aventuras en el ferrocarril de Viena a Estambul, los cracs del azúcar francés del 1900, y su tardía incursión en el mercado del acero norteamericano: no siempre compromisos rentables. Tales episodios son registrados prolijamente por Arancibia, quien reconstruye su biografía a partir de documentos dispersos, y nos transmite la vitalidad de un hombre que llevó una existencia voluntariamente reservada y opaca.
Así pues, el ermitaño adusto, superficialmente avaro, es desmentido al fin por el filántropo. El enorme mérito de Arancibia es desmontar las contradicciones aparentes de Santa María, y detectar los elementos constantes de su carácter. Admirador de la cultura anglosajona, persuadido de las bondades del humanismo liberal y del progreso técnico, Santa María consagró su herencia a la construcción de una universidad que diese cabida al "desvalido meritorio". Tal plan educativo contemplaba "levantar al proletariado de mi patria" excluyendo "toda instrucción religiosa". Solterón empedernido, quien expresara que de tener un hijo lo hubiera echado a la calle para que se valiera de sus propios medios, encargaba a su albacea, Agustín Edwards Mac-Clure, implementar un proyecto que favorecía a miles de jóvenes sin recursos.

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