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Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

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Editor: Neville Blanc

Thursday, June 18, 2009

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David Gallagher


El Mercurio Viernes 05 de Junio de 2009


La renovación de las élites
A Chile no le va mal, o así nos decimos, sobre todo cuando nos comparamos con países cercanos. El problema es que nuestro relativo éxito nos induce a la complacencia. Permite que nuestros gobiernos eviten decisiones duras, enfrentamientos complicados. Por eso el Estado sigue capturado por operadores y funcionarios ineptos, a pesar de los tímidos intentos que se han hecho de reformarlo. En los últimos 20 años, los mercados laborales se han ido rigidizando. La calidad de la educación no ha mejorado. La burocracia ha empeorado: es hoy más difícil que nunca conseguir que se apruebe una nueva inversión. Eso no afecta tanto a las grandes empresas, que tienen los recursos para pagar los asesores legales y ambientales pertinentes. Pero es letal para los emprendedores más pequeños.
Como nada de esto es catastrófico, no nos preocupamos mucho. Pero vivimos en muchos aspectos en una suerte de decadencia, por lenta que sea. La tasa de crecimiento promedio de cada gobierno de la Concertación ha sido inferior a la del gobierno anterior. Como apenas percibimos la caída, corremos el riesgo de que el daño se nos vuelva evidente sólo cuando se ha vuelto irreparable. Ese riesgo es aún mayor debido al sostenido aumento en las expectativas de la gente. En Chile nos hemos acostumbrado a gobiernos dispendiosos. Su generosidad no ha producido escándalo, porque ha sido desplegada con moderación. Pero, muy de a poco, se ha ido abriendo una brecha entre las expectativas y la capacidad de la economía para satisfacerlas en el largo plazo.
En todo esto, nuestras élites parecen reacias a remecer el status quo. En gran medida es porque el país ha perdido la capacidad para renovarlas, y porque entre ellas hay muchos cuyo principal propósito es el de no ser renovados. La Concertación, con sus príncipes y barones, empieza a parecerse a la nobleza que rodea a un monarca. Ministros, embajadores, senadores o simplemente asesores: son siempre los mismos, que se repiten el plato una y otra vez. En cuanto a la Alianza, ni siquiera ha tenido esa oportunidad de lanzar caras nuevas que se da al estar en el Gobierno, y cada vez que uno ve a uno de sus voceros en la televisión, uno tiene la penosa sensación de haberlo visto allí hace 20 años. El sistema binominal y la falta de democracia en los partidos eximen a los congresistas chilenos de la incomodidad de competir. Ni siquiera hay un límite a la cantidad de veces que pueden salir reelectos. Por eso la clase política se ha convertido en el grupo corporativo más apernado de todos.
Un triunfo de la Alianza en diciembre sería un importante primer paso en la renovación de las élites chilenas. La Concertación, al estar en la oposición, se vería obligada a renovarse. En cuanto a la Alianza, emergerían protagonistas nuevos, muchos de ellos de esa generación "sub-cuarenta" a la que Piñera ha prometido recurrir, y ellos podrían hacerles competencia a los apernados parlamentarios: tal vez sea por susto a eso, que algunos de éstos han propuesto que se les permita ser ministros, para después, como si nada, recuperar sus lugares en el Congreso.
Por otro lado, un gobierno de Piñera debería poder devolverle a Chile una tasa de crecimiento potencial más alta. Eso pasa por enfrentar a poderosos grupos corporativos, los mismos que la Concertación teme tanto, porque forman parte de su base de apoyo. Para eso, un gobierno de Piñera ganaría mucha legitimidad, creo yo, si a la vez se abocara a la democratización de la política. Más fácil es enfrentarse a otros grupos corporativos si uno está dispuesto a enfrentarse al propio.

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